jueves, 11 de abril de 2013

TRES POEMAS DE "EL PÓRTICO DE LA LUZ"

EL PÓRTICO DE LA LUZ


Miro sobre el mosaico del ábside
ese tejido que bien pudiera
ser bizantino,
cómo cuelga, con qué belleza,
sobre la tela de araña
del sol que entra por la vidriera,
y me sorprendes,
con aspecto de estatua,
de busto,
junto a quien, los pasos del tiempo
dan rodeos.
Un leve gesto de tu rostro
nos movería a la piedad.
Eleva el mascarón de proa,
desfoga nuestras velas.
Escucha cómo gritan los altares:
—¡Hay un dios, hay un dios!
Y tú te inclinas a la piedad, más y más
en un bajar los párpados
recoges a tus antepasados
mirándose en un río,
de espaldas a las raíces
de los pinos, de las hayas,
a todo lo que se aferra y se sosiega.
¡Hermoso renacimiento!
En el verdín de la fuente
la moneda pierde su brillo
mientras alguien obtiene su sueño.
¡Consuélanos! Alimosna nuestro almario.
No abandones el gesto.
Apaga nuestra sed.
Rinde nuestra cólera.
Salva la ciudad.
Sostén el pórtico...
La serenidad se ha posado como una mariposa
sobre la luz más pétrea.
Tus rizos son ya la pura eternidad.



VERBIGRACIA


¿Y para esto vamos
todos los veranos
a tan célebre puerto,
cruzando las lentas
horas del estío?
¿Para regresar de este modo;
llenos de humedad,
rodeados de fina niebla,
los ojos ciegos de mar?
En lo personal: renuncio,
a vivir con esta carga
de anclas y de amuras,
disputándose la sal...
Uno debe conocer sus límites.
Moderar distancias.
Adamascar los días
de aleluyas, verbigracia.
Suntuoso el aire
que nos roza.
No llevéis otro rostro,
más que el vuestro.
¿O iréis con esa cara
de amante, alcahueta,
bufón o marinero?
A las terrazas del ayer,
sidéreas estrellas nos convocan.
De todas las horas ésta, yo elijo:
para alancear al tiempo
y curar después nuestras heridas.


LA COLINA


Bebíase entera la negritud
de la noche.
Ni una sombra de nube
pacía en su espesura.
No sé por qué soñamos, siempre,
el mismo sueño:
el patético canto del buchón;
las hojas de los chopos, dándonos
las últimas horas de un otoño
que parte hacia el invierno.
Me pregunto quién —aparte de nosotros—
habita esa colina.
Quién la nombra.
Quién la hizo suya,
por un par de versos...
Es nuestro: el recio sonido
de los lomos de los pinos;
el bosque de robles
y el posible aquelarre;
el enhiesto colmillo
del jabalí que busca
en la embestida del hayal los frutos.
Ángeles custodios vendrán
a repartir nuestros tesoros
entre columnas de castaños,
templos de nogales,
coros de manzanos,
frisos de avellanos.
El poder, amigo mío, el poder...
nosotros también lo hemos conocido.
¡A qué negarlo!
Aún nos intimida el verso
que nos da la vida...
Y esa luna, atrapada entre los pinos.

2 comentarios:

  1. Que guapos poemas estimada Pilar,y felicidades por tu libro,un saludo y buen día tenga usted.
    Es un honor para mi el poder escribirle

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  2. Muchas gracias, Yeremías.
    Un abrazo.

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